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Karina Macció: bonus track en Viajera Visita

Karina Macció, Buenos Aires, 1974. Escritora, ha publicado Pupilas Estrelladas, Ferina, Lestrygonia, Impresos en rojo,  La Pérdida o La Perdida, y Diario de la Transformación. Dirige Siempre de Viaje y Viajera Editorial.

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@karinamaccio

Aquí el bonus track para Eterna Cadencia: una escena de La Pérdida o La Perdida:

¿Qué es esta sensación ambigua?                                              (¿Qué es esta pregunta tonta?
tonta como yo, «tonta»?             ¿Es tonto el preguntar?           Y sólo así puedo escribir, preguntando, indagando      -otra forma de decir: meter la daga adentro, adentro, hasta el fondo, presionar fuerte para sentir de verdad? ¿para qué?)               Sumergida estoy en algo
que no sé que me posee como si me desollaran y me volvieran a llenar, y cada vez, distinto el contenido: yo significante muerto, yo sentido pleno, yoviva en un éxtasis irrealizable. Y a la vez, producido cada vez en sola, como si fuera un rebote, como si tanto sentir pudiera aprehenderse sólo de rebote, al cabo de un tiempo, no en ese momento, no ahí, siempre más allá, más allá donde no llego con la mano y tampoco con el pie que en ese intento frustrado se acalambra                                 (de repente te veo incorporarte hecho
un alambre y tu apoyo no te sirve y el mío tampoco y no puedo dártelo y contemplo la escena como desde afuera, pero adentro bien metida, estoy, y desde afuera te veo levantarte sin poder pisar, t a m b a l e a n d o, y tanto quisiera poder hacer, tanto quisiera tanto que no sé qué se puede en estos casos, qué no, y qué se supone que hay que, es la pregunta en realidad ¿qué hay? ¿debo algo? ¿tengo un rol? ¿cómo usar máscara con quien artificia mi desenmascaro? Y entonces todo se vuelve una maraña compleja, embrollo inescrutable, insostenible)
Este juego de pares que se aman y se desaman y en el entramado que inconscientemente idean, me pierdo, no me ubico, no sé funcionar, no sé ser yo, con ácida pasión removida la máscara, debajo no hay nada, la carne muerta también, estupefacta, quebrada en diversas muecas incongruentes que compiten entre sí y no deciden –nodicen- nada.
«Tengo que elegir» me decís, lo repetís, y reverbera en mí estocada, es tocada, soy tocada y turbada, sacada de mí de nuevo, puesta a ver que eso enfrente también me dice, pero no me dice algo, me dice a mí, o diría «me dice me», díceme él, el lenguaje y su lengua, que conozco ya, protuberante, díceme, entonces, el oír es una sentencia, el látigo del tiempo que pasa y cae entusiasta en el martirio nuestro, nuestro desgarro no dicho, ya dicho pero por lo mismo callado, porque tenemos (o tenés) esa forma de decir para desdecir, de borrar a medida que pronunciás, de articular lo imposible para que luego sea un posible sórdido, incierto, enlodado, un posible-imposible, y desde ahí, salir caminando es como si te hubieran puesto brea en la planta de los pies, adheridos al suelo que también tiembla, les duele paralíticamente moverse                        («Se me durmió un pie»    pero los dos sabemos que es una frase venda, curita, emparche de la imposibilidad de salir de acá, de qué lugar si  al     menos   supiéramos   cuál    es   dónde   quedó   el   mapa    si     existe    todo     parece                                       tan irreal)
Casi nos InCeNdiamOs, y con nosotros, con ese nosotros que mostró de nuevo su ilusionado ser que nunca es, casi nos vamos con casa y todo, y nada nuestro ahí, nada, porque nonos pertenecemos (¿o ?)    porque no nos correspondemos (¿o ? ¿o es tan obvia la correspondencia que casi un afán literario nos obliga a complicarlo, a traicionarlo, a probarlo con torniquete para saber su cierta resistencia?)      porque no, no puede ser lo que no es y sólo juega a ser.                ¿No se trata de eso acaso?         ¿No te sabea juego?
¿No te parece, al final, un poco hueco?          ¿No te hace ruido? (y sin embargo, nunca podría fingir semejante latido desbocado, tu pecho contra el mío, el aliento compartido, la mirada perdida en el cruce, un beso largo sin tocarse, un beso negro de pupila estrellada, un imperceptible gesto del labio, eso tierno que se abre en el abrazo fuerte, ese entrarse sin querer, y queriendo nada más que eso, todo el tiempo, entrarse, todo el tiempo, desde la palabra hasta la uña y el sudor que apenas surge y ya se confunde)
Ese resabio (reignorante) de extrañeza incómoda que impide al cuerpo ser cuerpo, suyo propio      Alienado se encuentra, sorprendido, congelado en el desconcierto dulce y ácido.
Podríamos haber muerto y con todo, no me habría importado. La mutilación podría haber sido infinita y no logro volver al momento (el segundo cuando nos invadía el olor a quemado y yo soñaba que cocinaban cerca mío) no logro volver y que me importe.
No logro hacerlo real. Vuelvo y floto. Es de nuevo esa sensación: estoy, y yo y mi boca se abren en una risa que no puedo parar, y casi de inmediato se vuelve una piedra intragable que luego es cadena tirante en mi pecho, en mi panza. Al borde, en el principio, rozando el fuego (casi puedo sentir cómo se van borrando mis huellas digitales a medida que me expongo más y más, arden confundidas mis extremidades y yo, en algún lado, abro la boca en una O que no distingue placer y doler)
Podríamos haber muerto y no sabemos qué hacer con el tiempo que hay -poco-: corremos contra él, hacia él, lo perseguimos, lo atacamos todo-el-tiempo (contra el tiempo todo el tiempo). Somos guerreros «aguerridos», como te gusta decir (sí, ya sé cómo te gusta decir, conozco tus palabras y tus tonos, y podría pensar que los sabía desde antes, cuando no te conocía, y sin embargo, no, no podría afirmar que de verdad te conocía, no, porque ahora te escucho en mi cabeza y repercutís por todo mi cuerpo ¿no es eso, en realidad, dejarse entrar?)
¿Qué es lo real? ¿elegir? ¿morir?        Nos desorientamos            ¿Qué hay que hacer?
Entonces me doy cuenta de la cárcel que nos tramamos            (¿y si nunca nos amamos?
Este constante ir y venir, de vos a mí, de mí a vos y la cuerdita en el medio, más o menos tirante, y el probar, juguetear, abusar, ¿y si todo este conjunto de acciones más o menos inconexas no tuvieran nada que ver con el amor?)
Entonces la locura. Entonces el experimento mutuo. Entonces es tramar, los colaboracionistas que somos escriben una historia alternativa y pretenden hacerla pasar por real. Piensan que nada se pierde dado que la Historia sigue su curso. Ellos garabatean al borde a ver si se abre un poco y los deja entrar. Se quieren colar, pero tampoco se trata de derribar paredes, de iniciar la lucha armada poniendo bombas, ni siquiera de quemar todo (eso fue un error). Se trata de escribirlo, de acumular letras hasta que la bolsa rebalse y el exceso derramado se vaya acomodando (solo, sí, dejamos actuar al sistema, y éste tiende a su propia conservación, a la producción del sentido, oh sí, el sistema nunca se rompe -solo nunca se rompe, se niega todo el tiempo cualquier fisura, se niega hacia afuera y hacia adentro, inmediatamente las incluye y las repara, y vuelve a ser perfecto, inmutable- y como si se tratara de una galletita de la fortuna entonces -finalmente, ¿el Destino? ¿no era que lo hacíamos Nosotros, los Inquebrantables, los Hacedores?    ¿nosotros?-    va explotar  -¿o nos animaremos a romperla?-    y va a decir qué tenemos, o qué vamos, a haSer)
Podríamos haber muerto, pero aún antes de eso -pura potencialidad en el humo insinuada, pase de manos invisibles que juegan a mostrar, a asustar- al pensar en el fin del amor, cómo se acaba el amor, te lo pregunté, bueno, no, no te pregunté, fue más bien una afirmación, pero había una pregunta adentro, el corazón era una pregunta, y dentro mío era un ahogo que paralizaba mi tronco, y salió algo así como «Qué feo cuando se acaba el amor ¿no?». Pero te digo, te repito, a lo que yo iba era a preguntarme ¿Cómo se puede acabar el amor? ¿No es acaso infinito? Y si no es «infinito», finitono puede ser, porque yo lo siento amplio, ancho, todo con a y con oy con erre arrastrada, rugiente, león que no cierra la boca, que ronronea en su respiro, que muestra los dientes todo el tiempo -pero fijáte que dijiste «yo lo siento», yo, que soy ésta que sigue escribiendo, dijiste «yo» y no es «vos», no el otro, no él, no el amado, sino «yo», «yo lo siento» es tan en vos que carece de sentido, no de sentir, carece de lo que se puede cerrar, pero para vos, en vos, o yo, pero no en otros. Es probable que el sentir sea imponderable y siendo el amor un sentido, porque lo tiene y cuando está adentro es definitivamente sentido, entonces, puede ser que sea finito. Aunque claro, dicho y hecho finito, escrito finito, como estas palabritas que se van alineando, pero no en el sentir, no el sentir de «yo lo siento»-…       Pará.                   Un minuto.
¿Se trata de una disculpa?       ¿Estás pidiendo perdón?            «yo lo siento»         ¿Por qué?
     ¿Quién se murió?             (yo-vos-nos-el-amor)       ¿No es lo que se dice cuando alguien se muere?                (¿Qué se dice cuando algo se muere?)
Entonces vas a hacer que ésta sea tu galletita de la fortuna, ésta tu oblicua forma de penetrar el sistema, sacarle algo y volverlo a sellar, tan impermeable, tan liso, tan claro.
«yo lo siento» ¿y cómo sigue? ¿o sigue sin seguir? ¿sigue una parte y otra no? Porque algo sigue y algo no. ¿Por eso lo sentís? ¿Por eso te estás disculpando? (aún no queda claro ¿te estás disculpando? ¿qué es lo que sentís?). Entonces sos de las otras, o de los otros, de los que pensaban, como él, que te dijo que no pero después siguió armando su sentido con que , con que el amor se acaba, siempre se acaba, se acaba todo el tiempo (¿y vuelve a empezar?) no hay nada que sea más finito, duro pero finito, y en definitiva su fineza resistente se rompe, porque las cuerdas, aunque sean de acero, se pueden cortar, aunque sean umbilicales, se pueden cortar, es cuestión de tijera y lugar adecuados, es cuestión de saber por dónde… por dónde cortar, acabar, volver a empezar…
Podríamos haber muerto y no me habría importado. El momento era todo: una vida. La secuencia condensada, máxima intensidad: una cena compartida, una caricia, un proyecto, una discusión, una ruptura, una enfermedad, una muerte lejana, un hijo, una cama, una respiración acompasada, un tocarse inagotable, un sueño, un viaje, un resucitar el cuerpo huido, apelmazado al otro, un levantarse sin luz y esperar de nuevo el momento de volver a verte (luz, cámara, acción) y hasta ahí, otra secuencia, la «real», la que todos ven, que se presenta fácil, idiota, plástica. Sabor a nada. Remota. Inercial. Ausencia de estómago. Sangre de pez. Tumba transparente: deja ver el cielo más celeste, más diáfano, marino, y vos, vos, vos no estás. Yo tampoco.
Podríamos haber muerto. ¿Lo hicimos?         ¿Es esta sensación ambigua que me quema?
(¿morir? ¿sentir? ¿amar?)
«Tengo que elegir», me decís me digo me desdoblo me desdigo me pregunto me persigo me recurro me despido          Pido      (time out)     Pido        ¿Me pedís?  ¿Piedra libre? ¿Qué?     Una vida posible Una muerte esperable
Sin el muerto                          Podríamos haber                 potencia doble    condicional  
¿a condición de qué?        ¿del tiempo? ¿del nos? ¿del sí? ¿del son?
Armar la trama del Amor: Cortar la erre sin traumas
habe
El pájaro atrapado. Revolotea. Se hace sentir. Se tiene. Es. Hay.
(cortar los barrotes, no las alas las piernas)
Mi estomágo arde. Mi garganta. Mi cabeza. Mi pecho.
(soltar, perder, encontrar)
ave  (hola)
eva  (otra)
(la transformación: la sensación revolucionaria encarnada)
(fénix: respuesta fugaz)
(incendio: pregunta insistente)
hay
ay
ya