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Sobre malapalabra de Cecilia Maugeri. Escribe: Adriana Mancini. Parte II


Contra la pared es el título que anuncia la siguiente entrega del libro. Contra la pared… Otro tintineo de la infancia. La Penitencia, sí, penitencia a la que otro ha condenado. Pero también: situación sin salida. Acoso. Y miedo a la palabra yerma. Cito: “mi miedo quieto/ de que no sea éste/ el comienzo/ de una metamorfosis/ de que no salga de esta lengua, esta laguna/ una rosa, un clavel”. Sin embargo, la lengua-laguna florece y nutre a una cara que indaga las posibilidades de su revés, las máscaras. Así en el poema “Puedo tener una cara de orto” aparece el esfuerzo de un YO inquieto e irreverente que anda y marcha verso tras verso mientras se va descubriendo. Esa “cara de orto” que expone el poema, desafiante y contestataria, recurre a la expresión común de la lengua –“es la única que tengo”- para defenderse de su propio acoso y a partir del contraataque, las palabras, en franca actitud lúdica, rebotan entre múltiples sentidos para convertirse en una voz de sutil tono poético que fluye y deja fluir el deseo de ser, todas las caras con sus máscaras para simplemente… y cito: “conocer/ salir/ aflojar/ dar todas las que soy/ fuera de ésta que me asfixia”. 

Los poemas no soslayan palabras, apuestan a todas: a las que abrigan, a las que anudan, a las que crecen, a las que honran y son honorables, a las que honran y no son honorables, a las que aman, a las que saludan y agradecen, a las que emocionan, a las que callan, a las que marean, a las que esperan… “Espero, eh/ estoy esperando/ sigo esperando/ no sé de dónde vas a salir, pero igual espero…” así comienza, sorpresivamente y provocador, uno de los poemas en los que un yo festivo y solitario busca “un abrazo/ nada más/ un abrazo que empuje el nudo/ bien fuerte hacia abajo/ y espero/ no soltarme esta vez”. Karina Macció, en la lectura de los poemas que a modo de posfacio cierra el libro de Maugeri, afirma con justeza: “cada imagen se enlaza a la otra y se transforma ante nuestros ojos y oídos, como cuando la espuma o las nubes nos muestran distintas formas, fantásticas, efímeras, que sentimos pasar”. 
Bajo techo y Desechas son los títulos que presentan las dos últimas series del libro. Lejos de cumplir con las expectativas de protección, Bajo techo recoge las marcas de asfixia a la que techo y pared se someten. En el poema “una gran pared sobre mi pecho aplasta” –primero de la serie- el YO se muestra en busca de una libertad desesperada, quizás la libertad que el recuerdo promete cuando se empecina en recobrar el pasado: “Estoy literalmente/ soy/ agotada/ saturada/ aplastada (…) pegada al piso me vuelvo hueso/ cal piso pared/ soy mi propio techo/ mi límite/ mi cuerpo sin ventanas/ (…) puedo decir que vivo/ porque soy mi casa/ y ya no tengo interior”.
Con Desechas, el poemario llega a su fin. El cuerpo del lenguaje se fractura, se fragmenta hasta su mínima expresión: las letras. De la A a la Z. Cada una de las letras del abecedario se muestra desnuda del sentido que las palabras le otorgaban. Las palabras han pasado por la disección implacable e impecable de una mano que se vislumbra certera y promisoria. En su deshacerse la lengua se erotiza. Deja el cuerpo pesado de las pelotas por el piso, de las procesiones y los ayeres penados, para ganar la levedad de “un sonido en el aire que se evapora”. 
Los poemas de malapalabra conjugan distintas facetas del lenguaje. Levedad y desmesura. Vaguedad y precisión. Espesor y llanura. Muestran lo mundano en su gélida vanidad y exponen el dolor del amor en sus infinitas repeticiones. Y fundamentalmente… inquietan. Violentan, en el mejor de los sentidos. Quiero decir: los poemas de malapalabra, este primer libro de Cecilia Maugeri, perturban nuestro pensamiento y ésta es, sin duda, una de las mejores maneras de ir buscando lo verdadero.



Adriana Mancini