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Andrea Larrieu: «Un témpano de hielo» (fragmento)


No imaginó quién sería, ni se tomó el trabajo de cuestionarse. Desde hacía unos días, ninguna situación, ya fuera normal o imprevista, la inquietaba. Nada le provocaba curiosidad, su corazón mantenía un ritmo pausado, la piel no se erizaba, los músculos jamás se contraían. La única señal visible que tuvo ante aquel ruido, fue un leve pestañeo, mientras le daba una pitada intensa al cigarrillo como si quisiese consumirlo en un solo acto. Los ojos se mantuvieron fríos y vidriosos, como pedazo del iceberg que se erguía ermitaño en el centro de la revista, un témpano de hielo que supo alguna vez formar parte de un glaciar, y que ahora, con lentitud y casi de forma imperceptible, se iba derritiendo en su soledad.
Pero el timbre no paraba de gritar, ya era una molestia. ¿Quién sería el loco que se tomaba el trabajo de acalambrarse la mano ante su puerta? No esperaba cartas, ni visitas, ni tenía vecinos sociables, los vendedores no cultivaban el don de la paciencia y se iban rápido. Apoyó la revista sobre la mesa ratona. Permaneció un rato más en el sillón, observando la nada que se le presentaba con el primer objeto de su mirada: el techo descascarado, la esquina de la pared con una prominente telaraña, la mesa rectangular, vieja y solitaria, el mueble con teclas blancas que alguna vez supo dar música. Simples objetos para que se posaran los ojos, y la mente pudiese navegar en un espacio oscuro y ausente de vida.

Andrea Larrieu, Encontradas y Perdidas.
Viajera, 2014. 


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