Categorías
Reseñas

Palabras desde el fin * José Lupia escribe sobre Fragmentos del fin de Eugenia Coiro

 

Nado

en la canción líquida

nada más que yo

desintegrado el mundo

A veces hay que sumergirse. No se puede escribir desde la superficie, asomándose y forzando la vista para tratar de ver lo que hay al fondo. A veces solo se puede escribir buceando y entonces, consecuencia lógica, se escribe en otro plano: las líneas se diluyen, los colores cambian, el tiempo se desconfigura.

Fragmentos del fin, el nuevo libro de Eugenia Coiro, fue escrito debajo del agua y esa parece ser la única manera para escribir sobre el fin y desde el fin.

Las fronteras se borran, entre ellas, las de género. Los textos, que individualmente son exquisitas piezas poéticas, forman, al mismo tiempo, un cuerpo único e impredecible. Ese carácter orgánico nos invita a pensar el libro como un ensayo profundo y reflexivo, mejor aun, como un cuaderno de bitácora personalísimo sobre el devenir de un amor. Hasta puede vislumbrarse una narración escondida, vista a través a vidrios esmerilados. Y siempre la poesía… Siempre ese manto formado por hebras delicadas y tersas, al mismo tiempo fuerte, al mismo tiempo resguardo.

El verso inicial —todo comienzo es una trampa— se repite como un mantra y se constituye en un concepto que encierra varios. No se trata solamente de la finitud del amor: esa certeza, la de toda la vida juntos, la perdí. Resulta también una señal de aviso para el lector que inicia un camino para nada condescendiente.

El tiempo y la memoria también pueden transformarse en trampas de diversas caras. A veces engañan: todo está desdibujado por el paso del tiempo, otras crean: se me está volviendo costumbre extrañar lo que no ocurrió. Frecuentemente descartan: ya me parece imposible saber cómo eran sus besos. En uno de los textos más hermosos del libro, una página arrancada desnuda de manera brutal ese poder devastador de la memoria.tapafrag

La tarea de reconstrucción se vuelve entonces una quimera. Los fragmentos no podrán unirse y la conciencia de ese fracaso nos ensombrece. Esta dificultad para encontrar terrenos seguros sobre los cuales afincarse podría derivar en una actitud cínica ante la ausencia de sentido. Nunca. Hay, sí, una sensación de pérdida y hasta de debilidad que nos traspasa y nos llena de melancolía. Hay un perfume. Tan delicado y hermoso, que nos lleva. No hay cinismo. Hay humanidad.

Pienso el libro como una escena: los amantes caminan por la playa —escenario preferido e irreemplazable— y contemplan, a su paso, esparcidos sobre la arena, recuerdos de su amor: cartas, diarios de viaje, fotografías… Fragmentos desordenados del pasado y del futuro, inasibles, fantasmagóricos. De pronto, sus propias figuras se diluyen, como hologramas de lo que alguna vez fueron. El libro es esa caminata, o mejor dicho, el esfuerzo por reconstruir esa caminata y encontrar, tal vez, algo a lo que podamos aferrarnos. El andar de los amantes termina, indefectiblemente, en el mar que es paisaje y se transforma en morada.

El viaje propuesto, sobra decirlo ya que nunca debemos olvidar que estamos sumergidos, no es lineal. Nunca se está definitivamente en un solo sitio. Por momentos se interpela al otro: ¿de qué me salva tu presencia?; pero también las voces son interiores: cortala / alejate / dejalo respirar / no seas densa. De pronto, las palabras parecen llevarnos al frío terreno de la mecánica: soy una pieza de ensamble / inmaculada / me acoplo sin fricción; e inmediatamente nos desarman con un simple y hermoso: volvías con las bolsas cargadas de frutas / eras mi hogar.

Esa falta de sentencia definitiva enriquece y nos acerca mucho más a la voz poética que nos guía. La carga es pesada pero no termina nunca de caer, tal vez por eso no hay sentencias. Hay nado. Agua. Una decisión inquebrantable, eso sí, la de escribirlo todo. Las dudas, las certezas, los deseos muchas veces confusos y contradictorios, los recuerdos. Escribirlo todo sin dilaciones, consciente pero empacada, como una mula a la que se le dio por seguir subiendo y ya no parar.

Seguramente, con la misma constancia el lector deberá hacer lo suyo. Va para él una advertencia: hay que sumergirse. No se interne en el libro si no está dispuesto a empaparse. Fue escrito debajo del agua y así debe leerse.

Fragmentos del fin es un libro absolutamente personal, íntimo. Sin embargo, sentimos que sus páginas hablan de nosotros, una comunión extraña nos envuelve y compartimos, paradójicamente, su melancolía y su soledad. Un hilo delicado nos une en ese mar inmenso en el que las palabras flotan. Abrimos los ojos, respiramos debajo del agua y sentimos esa magia particular que ofrece, a veces, la literatura.

 

José Lupia, 2017.

Sobre Fragmentos del Fin, de Eugenia Coiro.