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Karina Macció sobre Intemperie y Fragmentos del fin

 

 

 

¿Qué tienen en común estos dos libros que hoy se presentan? Más allá de lo obvio, o de lo contundentemente real: dos autoras, dos libros de poesía, una misma editorial, Viajera, y que coinciden en esta Casa del Bicentenario.
Intemperie de Lorena Suez y Fragmentos del fin de Eugenia Coiro, ¿qué tienen en común?
Voy a hacer un pequeño desvío para llegar al punto. Hoy me tocó leer y comentar El jardín de los senderos que se bifurcan. Como ese cuento, de repente creí (quise creer) que lo estaba leyendo por una razón. Como el protagonista chino, reflexioné: “todas las cosas le suceden a uno precisamente, precisamente ahora. Siglos de siglos y sólo en el presente ocurren los hechos”. Ahora, sí, en este momento sucede esta presentación. Son ustedes el público, cada uno de los aquí presentes, son estas autoras y no otras. Parece de una evidencia espeluznante, pero en verdad no lo es. Para llegar hoy hasta este preciso instante, pasaron una multiplicidad de eventos que me resultan incontables, inenarrables. Hubo senderos, llamémoslos así, donde el libro de Eugenia y el libro de Lorena no se encontraban, donde ninguno de los dos era finalmente publicado, o incluso otro donde uno sí y otro no, y los invito, es divertido y aterrador, a pensar en las diversas combinaciones. Sin embargo, ahora está sucediendo. Con inmenso trabajo, sorteando los más variados obstáculos, con muchísimas horas destinadas a estas páginas que reciben hoy en sus manos, llegamos hasta acá. No podía evitar a la mañana detenerme en este maravilloso diálogo de El jardín de los senderos que se bifurcan. El espía chino, que reniega de sus antepasados, y por eso su pasado será inevitablemente su futuro, le dice a su interlocutor a quien terminará asesinando (pero para eso falta): -¡Un laberinto de marfil! Creo haber descifrado el enigma. Pero su interlocutor, un inglés, contesta y corrige: “Un laberinto de símbolos (…) Un invisible laberinto de tiempo.”.
Esto aplicaría a todos los libros. Cada uno de ellos son laberintos de signos que tenemos que descifrar y que despliegan un laberinto de tiempo que no podemos ver, pero que ciertamente aparece. Borges en este relato no hace más que ponerlo en evidencia y como la fortuna quiso que hoy lo releyera, deduje que había ahí un indicio secreto, unas huellas que debía seguir para poder arribar a este momento, a esto que quiero decir. Entonces todos los libros despliegan tiempo, y por qué no, espacio. En ese sentido, espacialmente se nos dibujan las imágenes, el diseño claro de laberintos vistos o soñados. Pero es el tiempo el laberinto más extraño, porque nos tiene como centro y nos sucede en el cuerpo.
Estos dos libros Intemperie y Fragmentos del fin, además de ser proyectar un laberinto en este sentido, nos hablan del tiempo. Enfatizo: lo que se aplica a cualquier libro, en estos dos aparece con la fuerza de mirarlo de frente, a la cara, con el ímpetu del cuestionamiento, con la angustia de lo inevitable y por eso también, con la sonrisa de la liberación. Intemperie nos muestra un tiempo en un doble sentido (no voy a ahondar demasiado porque de eso hablan mis palabras en el libro de Lorena): lo inclemente de hallarse afuera, afuera en la intemperie de un clima cambiante, que siempre desconocemos, pero lo fundamental, lo más doloroso y sorprendente es encontrarse en la intemperie de uno mismo. ¿Cómo llegamos a estar tan afuera de nuestro cuerpo que somos un aire en transformación constante? ¿Cómo reconstruimos esa piel perdida, que debimos perder para que no nos encerrara? Ahora hay que generarla de nuevo, capa sobre capa. Así Lorena Suez escribe: teje, hila, entrama, como una enredadera, cubre de papeles las paredes y las resignifica. La intemperie es también el tiempo del cuerpo: nacemos, crecemos, envejecemos de forma inevitable. ¿Cómo afrontar estos cambios sin que sean desastres climáticos, temporales nefastos de nuestro ego? Existe el amor. Sí. Hay amor, que sigue metamorfoseando todo, dando momentos verticales en esa flecha horizontal que parece ser el tiempo cronológico.
Fragmentos del fin habla de los finales pero eso implica los principios. ¿Se termina el amor? ¿Cómo se deshace una pareja? ¿Qué es lo que queda? Fragmentos claro, pero es mucho más sutil que eso. Eugenia Coiro construye un análisis poético de la memoria. Al fin y al cabo, el tiempo transcurrido lo llevamos adentro y tiene forma de relato. Eugenia describe cajas donde hay elementos y palabras que quizás nunca volvamos abrir, máquinas (nosotros mismos, nuestros cuerpos) que frente a la ruptura del amor se han desconfigurado, una secuencia de ceros y unos que hay que volver a programar. Diríamos, más profundamente, que hay que volver a inventar. Entonces puedo recordar aquello que no pasó, una mirada tierna justo cuando era necesaria, una palabra que era indispensable. Entonces puedo juntar todos esos fragmentos y volver a componer. Este libro habla de eso. De una impotencia para empezar en la que me resuena Samuel Beckett, a la potencia propia de la poesía, que una y otra vez, resistente, opaca y brillante, vuelve a intentarlo. El tiempo siempre sucede y en muchas oportunidades es atroz. Pero también podemos hacerle trampa: escribimos una nueva trama, mostramos cómo está pegada, aprendemos que lo perdido es necesario para crear.
El jardín de los senderos que se bifurcan me ha traído hasta acá, ahora, en este preciso lugar, con estos dos libros preciosos, con estas talentosas autoras, con cada uno de ustedes. Una fiesta de los sentidos que agradezco profundamente. Dos nuevos laberintos, dos nuevos libros. El tiempo sigue su sucesión, pero la poesía sabe mirarlo de reojo, jugar a las escondidas, sacarle el mayor provecho, sabe disfrutar los laberintos. Festejemos y sigamos viajando en libros.

 

Palabras de Karina Macció para la presentación de Fragmentos del Fin e Intemperie.