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Sumergida * Reseña en Solo tempestad

No está mal que bailes desnuda sobre el agua del mar

Por Nicolás Alonso

En Sumergida, de Sofía Ciravegna, el mar es dual. Queda atrapado en un juego de imágenes que lo enlazan al amor, al deseo y a sus ambigüedades. Se lee en las primeras páginas: una melodía susurra/ brisa en mi cara/ aquella fragancia a mar. Luego más adelante virgen/ musa/ serpiente/ vampiro/ mujer/ sirena. Con estos primeros versos llega un aire de isla griega, entre agua y acantilados. El mito de Safo lanzándose al mar por un amor no correspondido: dulce-amargo, imposible de resistir, criatura sigilosa, dirá la poeta griega. Y algo de esa entrega e intensidad atraviesa la voz que se pronuncia en Sumergida, la intensidad de la pasión, la sexualidad y el fin.

El libro intercala poemas con dibujos a cargo de Gonzalo Zarba que funcionan como mojones. Rocas que emergen en el horizonte, archipiélagos que pueden distinguirse a lo lejos y anclan el paisaje. En ellos apoyamos nuestros ojos, descansamos para restablecer el punto de vista. Volver a enfocar la perspectiva con la que nos disponemos a leer. Algo de esa geografía que sugieren las imágenes está presente también en la disposición gráfica de los poemas a lo largo del libro. La playa y su armónica dispersión de objetos sobre la arena homogénea; rocas, costras, la textura lisa que genera el agua al acariciar la playa con su ritmo. Todo ello pareciera tener un correlato en cada verso que emerge en la hoja. Dispersos, algunos, encolumnados como pequeños pilotes de un muelle abandonado, otros. O simplemente apilados como una montaña que se agolpa en un acantilado.

Ahí, en ese escenario, está el Sireno, que constituye la parte central de las tres en las que está dividido el libro, y la más oscura también. Un bellísimo cambio de género en épocas de lenguaje inclusivo que re-significa la simbología clásica en torno a esa figura mítica. El Sireno de Sofía Ciravegna es oscuro, escamoso. Mantiene la duplicidad de la seducción y de la imposibilidad. Esa particular atracción que ejerce aquello a lo que se sabe de antemano no se podrá acceder. Pero aún así, una y otra vez nos acercamos, embelesados por esa voz que llega. No obstante, a diferencia de los marineros de las leyendas que quedan atrapados en el canto que los lleva a la perdición, en Sumergida hay conciencian del peligro. La certeza del atolladero en que se está, y el movimiento desesperado por salir de él (el Sireno tiene sed/ tiene hambre/ afila sus dientes/ desenreda la cola/ y sale a cazar).

En cuanto a los restantes dos capítulos, en ellos permanece el afán de reencarnar, de regenerar, de purificar, instancia en la que el mar asume un rol central, y algunas preguntas sin respuestas van quedando en el aire: ¿Qué hay de mar en el amor? ¿Qué hay de su movimiento, de su ritmo? ¿Qué hay del agua en este sumergirse que Sofía Ciravegna nos propone? ¿Es el agua que disuelve, que limpia, que purifica (el regreso/ a mí/ junto al agua/ descontaminada/ me hincho/ hidratada/ para decir/ más)? ¿un agua de disolución como el epígrafe de Silvia Plath que inaugura el libro? ¿O más bien: mi piel renace pegada a la tuya en donde Zarba dibuja una cama, un colchón desnudo, sin sábanas, del que emergen montañas tan hermosas como rígidas y petrificadas?. Tal vez sea entonces el agua salada de mar que arde en las heridas, la costra (y vos Sireno? con tanto amor/ tanto amor que arde/ arde lamerte el pecho/y los labios/tanta sal acumulada/desparramada/ por tu cuerpo). En ese punto radica la sustancia de Sumergida, en ese pliegue, el doblez en que el mar es al mismo tiempo la pasión, aquello que purifica, pero también la sal en el herida, ese dulce-amargo, imposible de resistir.

 

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